Cuando me invitaron a ser parte del equipo asesor, mi primera respuesta fue un no, inmediato y sin pensarlo dos veces. Luego de una breve comparación con los asesores que estaban en función en ese momento, concluí que no encajaba con el patrón de lo que los demás hacían. Más allá incluso, no encajaba con cómo los demás eran. Me tomaba días planificar algo, tenía la constante sensación de que todo lo que estaba pendiente era urgente, no tenía capacidad alguna de priorizar u organizar mi tiempo. No podía hacerlo. Y no quería. Sin embargo, renuncié a mi trabajo cómodo y seguro en un colegio para lanzarme a trabajar como asesora en la misión estudiantil por cuatro años.
Al inicio pensé que esto era algo de organizar capacitaciones puntuales y visitar a los estudiantes, y ya. Con el correr del primer año, empecé a darme cuenta de que había todo un trabajo pastoral, de acompañamiento y de contención emocional que no sabía cómo hacer. Creo que mucho de ese primer año fue imitar lo que había visto en otros, cómo otros habían sido parte de mi experiencia universitaria de fe. Pero al darme cuenta del peso que otros llevaban dentro, la culpa, el dolor y la confusión, de pronto volví a sentir que todo me superaba. Otra vez, no tenía aptitudes para este rol.
Creo que mucho de ese primer año fue imitar lo que había visto en otros, cómo otros habían sido parte de mi experiencia universitaria de fe.
Recuerdo una noche llegar a mi casa, después de haber visitado todo el día a estudiantes, haber escuchado sus problemas y haber tratado de solucionar conflictos, sin fuerzas. Miré a mi esposo y le dije que entendía muy bien la sensación de los discípulos cuando por más que atendían a las personas, seguían llegando y las necesidades no paraban. Le dije que me sentía agobiada por la inagotable necesidad de Dios en los corazones y el dolor, a ratos, aparentemente infinito en los estudiantes. Luego de abrazarme y dejarme llorar, él me dijo que precisamente éso era lo que debía aprender, que la necesidad de Dios es lo primordial y que, por más que yo tratase y dejase la piel en curar, consolar y traer las personas a la sanidad, al final del día era Dios la fuente. No yo.
Luego de abrazarme y dejarme llorar, él me dijo que precisamente éso era lo que debía aprender, que la necesidad de Dios es lo primordial y que, por más que yo tratase y dejase la piel en curar, consolar y traer las personas a la sanidad, al final del día era Dios la fuente. No yo.
A partir de ahí, la frase “somos canal, no fuente”, se me hizo costumbre práctica. Me la repetía -y aún lo hago- cuando no podía encontrar la palabra que la persona necesitaba oír, ese concepto que le hiciera sentido para ver que Dios era evidente en su situación. Sobretodo en mi propia vida, no soy mi propia fuente de fuerza, amor, paciencia o lo que el momento amerite. Dios es la única cisterna no rota. Y ni parecido a una cisterna, Dios es fuente inagotable de agua viva.
Dios es la única cisterna no rota. Y ni parecido a una cisterna, Dios es fuente inagotable de agua viva.
Ahora, cerrando los cuatro años y sentándome a hacer inventario, pienso en todo lo que he aprendido. Ser asesora ha sido una escuela para mí, casi una segunda carrera. Ahora pienso en lo que concluía al empezar; no soy igual que los demás.Y no, qué hermoso eso. No se supone que sea así. Dios no llama a la misión estudiantil a los que se parecen a Pablo, Pedro o quién sea. Dios llama, y el que responda irá como es, y Dios lo usará como es y dará fruto con sus colores propios.
Muchas veces seremos los primeros que inviten a ver a Cristo en medio de computadores, libros de álgebra o anatomía. La misión es urgente.
Creo que muchas veces se nos olvida lo urgente que es la misión. En muchas ocasiones somos una sala de urgencias, y muchas veces serás la primera persona que le diga a ese estudiante que lo que le pasa se llaman ataques de pánico, ansiedad o confusión en su sexualidad. Muchas veces seremos los primeros que inviten a ver a Cristo en medio de computadores, libros de álgebra o anatomía. La misión es urgente. Lo es y debemos vivirla como tal, pero no podemos olvidar que somos vasos rotos, unos más visiblemente que otros, pero ninguno de nosotros retiene el agua. Por eso nos llevamos mutuamente a la fuente inagotable; a Cristo.
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